Como padres queremos estimular en nuestros hijos las características de un cerebro afirmativo: que los niños tengan un pensamiento flexible, que tenga resiliencia frente a las dificultades, que sean empáticos con los otros y que sean niños seguros, independientes y sepan tomar decisiones.
Podemos estimular en los niños el pensamiento flexible para que sus actividades y rutinas diarias fluyan. A partir de los 3 años que ha pasado un poco la pequeña adolescencia o los terribles 2 años, los niños deberían colaborar más en los hábitos y rutinas mostrándose menos caprichosos y voluntariosos (lavada de los dientes, la dormida, la comida y el baño).
Debemos estimular en los niños el auto control de su comportamiento; enseñándoles a reaccionar de manera adecuada y respetuosa frente el conflicto con los otros niños y con los adultos cuando se frustran sus deseos.
Estimulemos el pensamiento flexible presentando alternativas cuando se muestran tercos con ciertos hábitos repitiendo la escogencia de algo (mismas botas, chaqueta, música, programa de t.v. etc).
Permitamos que compartan tiempo con otros adultos familiares significativos y desarrollen más confianza y seguridad en ellos (piyamada donde los abuelitos cuando papá y mamá salen, etc.).
Modelemos respuestas amables y no agresivas, ni a la defensiva en el ambiente familiar frente a los conflictos y dificultades cotidianas.
Motivemos la capacidad de riesgo: ensayar, intentar de nuevo juguetes difíciles y motivémoslos a descubrir maneras de resolverlos.
Lograr desarrollar en los niños un CEREBRO AFIRMATIVO no implica permitirles todo, ni evitarles frustraciones, ni resolverles todas sus dificultades. Tampoco queremos niños que obedezcan mecánicamente a los adultos sin pensar por si mismos, queremos niños que desarrollen la capacidad de pensar cual es la mejor manera de comportarse en casa, en el jardín, en otros ambientes con otros (adultos y niños).
El cerebro tiene la propiedad de la plasticidad que les permite a los niños adaptarse y asimilar nueva información, reorganizar y crear nuevas vías neuronales, basadas en las experiencias diarias que vive. Cuando les preguntamos acerca de lo que sienten y hablamos de las emociones frente a las situaciones; de lo que les pasa a ellos o a otros, desarrollamos en los niños el compromiso social (generosidad y entrega). Las experiencias, las rutinas y todo lo que compartimos con nuestros chiquitos les ayudan a madurar e ir desarrollando el cerebro positivo de acuerdo con las características de la edad.
Los niños que tienen un cerebro negativo tienen una visión del mundo obstinada, ansiosa, competitiva y amenazadora lo que les dificulta interactuar en situaciones difíciles. Cuando los niños reciben mucha corrección, crítica y humillación por sus comportamientos erráticos, desarrollan más el cerebro negativo. Actualmente los padres estamos midiendo el éxito en la crianza en términos de logros y metas externas y no en el esfuerzo y la exploración interna.
ADRIANA MORENO/ MYRIAM SUÁREZ
Psicólogas - Asesoría en desarrollo infantil y pautas de crianza.
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